lunes, 11 de mayo de 2009

Derecho de Réplica (un capítulo inédito del libro de Carlos Ahumada)

Como una exclusiva de País Salmonela, presentamos un capítulo que estaba destinado a aparecer en el libro Derecho de réplica, de Carlitos Ahumada. Este material forma parte de aquellos capítulos que no gustaron a los editores por considerar que presentaban a un Carlos Ahumada machista y misógino. Alguien nos hizo llegar este precioso material hasta la Redacción y lo ponemos a disposición de todo el personal para que saque sus propias conclusiones. El tipo que nos trajo esta candente exclusiva no desea ser conocido por su nombre pero es una persona fiable (aunque no le encargaría a mi hermana por un fin de semana; digo, todo tiene un límite). En fin, basta de choros y aquí va el material:
Una invitación
Un día me llamó Fox a mi oficina y me preguntó.
–¿Cómo te sientes mi Carlangas?
–Bien, muy bien, señor presidente, pero estoy un poco preocupado porque pronto será cumpleaños de Rosario y no sé que regalarle.
–No te me apaniques, Carlangas, no te me apaniques, esa vieja ya bajó de peso y yo creo que le podemos decir a Martha que te venda algunos vestidos, tiene una colección que pa qué te cuento, están de pelos. Desea venderlos pa ayudar a las y los niños lombricientos de Chalco. Déjame ver qué puedo hacer. Pero te llamaba pa invitarte a un pachangón que estamos organizando. Es de disfraz y de traje. Van a ir puros cuates.
–Gracias por la invitación, señor presidente.
–De nada, de nada, Charly y ya no me digas señor presidente, dime Chente, que ya somos amigochos.
–Gracias, señor, que diga, Chente.
–Eso está mejor, Carlangas, ya le estás agarrando la onda a la democracia, te felicito.

Colgué y enseguida volvió a sonar, era un número desconocido, un hombre de edad avanzada hablaba un español con acento extraño, estropajoso, se identificó como el cardenal Ratzinger, y me dijo que se había enterado de mis nexos con Dios y que quizá yo podría ayudarlo, pues deseaba ser papa.
–Imposible –le respondí, también le comenté que algunas veces había hablado con Dios, pero que el Todopoderoso no atendía caprichitos así como así, pero que iba a ver qué podía hacer, que no le aseguraba nada.
Me dio las gracias casi llorando. Le colgué y enseguida le llamé a Dios pero sonaba ocupado. Entonces le llamé a Rosario pero estaba entregando unas letrinas chinamperas en Tlahuac. Luego llamé a mi chofer y le dije que me fuera a conseguir un disfraz de cafishio, me dijo que sí y se fue apurado, debo decir que es un hombre leal y muy eficiente. Le dije a mi secretaria que nadie me molestara porque iba a estar muy ocupado a lo que ella me respondió que así lo haría, ella es una chica muy trabajadora y honorable. Me dormí un rato, en una hamaca que tenía en mi despacho, pensando en el baile de disfraces en la residencia oficial.
La hamaca sostenía placidamente mi cuerpo, es una hamaca muy generosa, la verdad. Estaba soñando con un baile muy concurrido, en el que nadie llevaba máscara y eso hacía que sus caras fueran un poco grotescas, cuando Martha Sahagún me iba a invitar a bailar, por suerte, me despertó el sonido del celular, era Hugo Sánchez:
–Hola majo, soy Dios y me han dicho que me andas buscando.
–Nop –le dije– busco al de verdad.
–Hostia tío, déjate de joer, que yo soy el Dios de verdá, dime qué se te ofrece.
Este tipo está loco –pensé y colgué. Luego, apagué el celular y me volví a dormir, hasta que escuché toquidos en la puerta. Descolgué la hamaca y abrí. Era mi eficiente y sagaz secretaria.
–¿Ahora qué pasó?
–Dice su chofer que no sabe lo que es un cafishio.
–Dile que compre un disfraz de Antonio Banderas y dile también, a ese buen hombre, que se apure.
Vi el reloj y casi eran las 5 de la tarde, encendí mi celular y tenía dos llamadas perdidas de Dios, otra llamada de Hugo Sánchez y una de Rosario. Le llamé a Rosario para avisarle que iríamos al baile de disfraces. La verdad es que nunca le preguntaba si quería ir o no a los lugares. Sólo le ordenaba y eso a ella le gustaba, decía que todos los hombres le tenían miedo y que yo era el único que le daba órdenes y que por eso se había enamorado de mí.
–¿Tú de qué te vas a disfrazar, Gordo? –así me decía.
–De padrote argentino.
Hizo un ruido –que no puedo describir por respeto a mis lectores– pero era como de éxtasis y la verdad a mí me dio un poco de hueva, como decimos en México.
–Yo me voy a vestir de Evita. ¿Cómo es el disfraz de Evita?
–¿Has visto un vestido rojo que usa Marthita? Ni más ni menos.
Sonreí para mis adentros, porque estaba matando dos pájaros de un tiro.
–¿Pero dónde crees que voy a conseguir un vestido así?
–No te preocupes déjamelo a mí, veré qué puedo hacer.
–Eres un encanto, por eso te quiero, Gordo.
Le Colgué a Rosario y le marqué a Fox para decirle que mandaría por el disfraz de Marthita, que diga por el vestido de Marthita.
Me dijo el precio, que por cierto, era exorbitante. Pero pensé que valía la pena quedar bien con el preciso, porque uno nunca sabe, le dije que mi chofer iría a buscar la prenda. Luego, le marqué a mi chofer y le dije que fuera a los Pinos que ahí le iban a entregar un vestido, que lo tomara y que lo llevara al mercado de la Lagunilla y que ahí me buscara uno idéntico, pero cuatro tallas más grande.
–Pero apúrale porque Rosario ya está por llegar.
–Susordenes jefe –me dijo y colgó.
Debo decir que es un hombre muy agradable y trabajador.
El vestido le encantó a Rosario, aunque le quedó un poquito apretado, la convencí de que se lo pusiera diciéndole que así los usaba Evita.
Desde que consiguió entrar en el vestido, no paró de tararear eso de: "No llores por mí Argentina". Era un poco grotesco el espectáculo y yo hacía verdaderos esfuerzos para no reírme.
El baile fue de lo más concurrido, me hubiese gustado llevar mi cámara de bolígrafo, tipo James Bond, que me regalara un alto funcionario del CISEN.
Ahí estaban todos, sin excepción. Aunque los detalles del baile los relataré en otro capítulo. Ñaca-ñaca.