viernes, 4 de julio de 2008

miércoles, 2 de julio de 2008

País Carbohidrato; País Hidrocarburo



Si calibramos las prioridades del gobierno por los mantras que urden sus sagaces publicistas, tenemos que son tres los problemas que roban el sueño a nuestros estadistas: el petróleo, los gordos y la comida que los gordos necesitamos para conservar nuestra insana condición de obesos.
Las campañas del ejecutivo en torno a la reforma energética son parte de su respuesta a la escasez global de hidrocarburos, que proyecta su sombra sobre nuestro futuro cercano; aunque también delatan una crisis aguda de neuronas.
Por su parte, el problema de los gordos, hace decir a los mismos publicistas que la gordura es la principal causa de enfermedades, tan terribles y costosas como la diabetes y la hipertensión; implícitamente se nos advierte que si no moderamos nuestra gula, moriremos sofocados literalmente por nuestra grasa corporal, si es que la angustia provocada por esas campañas no nos ha matado aún; sin embargo, nosotros los gordos ya sabemos que moriremos pronto, porque una cosa es ser obeso y otra muy distinta es ser pendejo, aunque el gobierno y sus publicistas sean incapaces de entender la diferencia.
Pero volvamos a nuestro asunto, tal parece que no hay gobernante que no encomiende su futuro a los urdidores espots. Dichos urdidores tarde o temprano consiguen obtener joyas excelsas, como aquella obra maestra, que hace poco nos urgía a lanzarnos de bruces en el océano:
“Ahí está nuestro tesoro y debemos ir por él”.
La recurrencia de ambos temas, la reforma energética y la gordura, nos ha llevado a la siguiente conclusión: en última instancia, los problemas del país se reducen a uno solo: el de la energía.
En sentido estricto, lo que tiene a los gordos haciendo equilibrios en la cuerda floja es la energía mal utilizada o, mejor dicho, no utilizada. ¿No es acaso la gordura tan sólo una reserva calórica; es decir, una reserva energética? Cuando suben los precios de los alimentos, lo que sube realmente es el precio de nuestra gordura. En otras palabras: nuestra realidad está trazada por la caprichosa línea que va de los hidrocarburos a los carbohidratos.
Si hacemos un pequeño esfuerzo, y aflojamos el nudo a la corbata de nuestros dogmas, la incitación de ir tras el tesoro oculto al fondo del mar, se escuchará como la pregunta del miope que pregunta por los anteojos que lleva puestos: la riqueza no se encuentra en el fondo del mar, se encuentra aquí arriba, y la tecnología para acceder a ella no se encuentra en Rusia, no se encuentra en Noruega: está entre nosotros desde hace un par de décadas y se llama liposucción. Repito, el tesoro no está oculto, qué más quisiéramos; aunque lo castigamos con el cinturón, está a la vista del que quiera verlo.
Por otro lado, hace un año, tres estudiantes destacadas del IPN desarrollaron un método para producir biodisel a partir de grasa animal. El procedimiento suena de lo más simple, incluso para un lego como el que esto escribe: la grasa se mezcla, en un reactor, con metanol y algunos catalizadores. De la reacción química resultante se obtiene biodisel de excelentes cualidades y un residuo de glicerina, muy útil para la industria cosmética. Lo mejor de todo, es que no se necesita mover una sola consonante de nuestra Carta magna.
De este modo, los gordos pasaremos de la ignominiosa condición de lastre social, a la de patrimonio nacional, es decir, a la condición de tesoritos de las superficie terrestre. Para apuntalar este aserto, hagamos algunas cuentas apresuradas, con números redondos. Si en México somos unos 25 millones de personas entre los 19 y los 40 años, el 70% de esos 25 millones de personas sufren de sobrepeso. Lo que significa que tienen unos 20 kilitos de más, como mínimo; aunque existimos ejemplares a los que nos sobran 40 kilos. Para no caer en exageraciones, tomemos como indicador el número inferior, es decir, 20 kilos por gordo y lo multiplicaremos por 20 millones. Si saben aritmética, descubrirán que tenemos, debajo de nuestras camisetas talla XXXL 400,000 toneladas de grasa animal (¿de qué otra cosa están hechas nuestras lonjas?), en el cálculo más modesto. Otra ventaja de la utilización de este tipo de grasa, es el hecho de que el combustible resultante produce pocas emisiones contaminantes. Se trata de energía limpia y absolutamente renovable: los gordos nos multiplicamos -perdón por la obviedad- como chanchos, ¿cuánto nos costaría reponer esa grasa extraída mediante agujas? Casi nada.
Yo creo que, para nuestros sabios, será más fácil y barato encontrar una manera de practicar liposucciones a bajo costo, causando los mínimos estragos para el organismo. Además, el problema de la obesidad dejará de ser eso, un problema, para convertirse en un recurso: “Una herramienta de progreso” dirá el licenciado en turno, blandiendo puntualmente el lugar común.
Sólo me queda temer al mal que siempre encuentra la manera de cebarse con nuestra realidad, ya me imagino los siguientes encabezados: “Urge el secretario de energía a detener el ordeñamiento clandestino de gordos”; o, peor aún, “Se interceptó un convoy que pretendía cruzar ilegalmente la frontera con 200 gordos provenientes de China”; o, incluso este otro, “Emite el ejecutivo un decreto que nacionaliza a todos los gordos del país”.
Sin embargo, creo que vale la pena correr el riesgo. De este modo, la gordura dejará de ser estigma y se convertirá de nuevo en un símbolo de estatus, los gordos ya no seremos rechazados socialmente ni nuestras redondeces serán materia de la sorna, fungiremos como héroes. En vez de atroces campañas para espantar a los obesos, proliferarán los mensajes que animen a la población a incluir una mayor cantidad de carbohidratos en la dieta. ¿Qué esperamos? Vayamos por ese tesoro.

martes, 1 de julio de 2008

Hoy nace País Salmonela


Ya nació País Salmonela.