domingo, 19 de julio de 2009

Cómo resucitar un dinosaurio


Para resucitar un dinosaurio se necesita, antes que nada, un dinosaurio. Ya que lo hemos encontrado, debemos estar seguros de que el enorme animal esté muerto. Aunque es posible realizar el experimento con un espécimen que se encuentre a medios chiles entre la vida y la muerte. Aunque el mérito de la proeza no estriba en conseguir un brontosaurio, lo formidable radica en su resucitación. Pocas cosas llaman tanto la atención de propios y extraños como contemplar a un dinosaurio volver del mundo de los muertos.
Una vez que se ha corroborado que el animal prehistórico está muerto, se debe dejar en un lugar en el que no haya mucho ruido por aquello de que alguien pudiera interrumpir su siesta y nos eche a perder la función.
Este proceso de resucitación es inaudito, pues a diferencia de otros experimentos en los que uno debe afanarse con probetas, matraces y generadores voltaicos. Para resucitar un dinosaurio es preciso no hacer nada, no se mueva, no respire, estése quietecito, en el mejor de los casos haga como que hace, pero no haga nada, al menos durante unos tres años. Si puede presumir de que su antecesor tampoco hizo nada durante otros seis buenos años, tanto mejor, lo más seguro es que presenciemos eventualmente una resucitación exitosa. ¿Pero por qué es necesario tal grado de pasividad? Por la simple y sencilla razón de que es necesario preservar las condiciones en las que retozaba el mastodonte cuando estaba vivo, para que al despertar no encuentre nada extraño y sea como ayer…
Esto que suena de lo más fácil es realmente complicado, hacer que las cosas sigan exactamente igual es algo bastante difícil, no se logra así nada más. Se trata de congelar el tiempo, es decir, que transcurra sin producir la más mínima alteración, ya que cualquier cambio puede ser fatal. Si la enorme criatura se mantenía viva gracias a diversas formaciones clientelares, éstas deben quedar intocadas. También es preciso dejar vivos algunos pequeños dinosaurios para que en caso de que el dinosaurio mayor no resucite, éstos puedan reproducirse y nos quede al menos la esperanza de un retorno al mundo jurásico.
Cumplida la primera fase del procedimiento, será necesario hacerle saber enseguida, al enorme organismo que se encuentra en el más allá, que se le necesita en el más acá. ¿Cómo se consigue esto? Sencillo. Vaya a usted al tianguis más cercano y cómprese un disfraz de dinosaurio, pero que sea pirata. Usted debe hacer creer a la gente que el dinosaurio ha sido sustituido por una mala copia. Para conseguir esto, haga lo mismo que hacía el otro mientras vivió. Ejerza la corrupción y haga propios los dogmas económicos, sea autoritario y diga a los cuatro vientos que los que no están con usted están en contra de México.
Si escucha un ruido en la azotea, es su conciencia, no le haga caso y dígale que por el bien de la nación el legado de don Manuel Gómez Morín, debe ser confinado a los aniversarios y discursos. Si en sueños se le aparece don Manuel, dígale que todo es por el bien de la ciencia, o sea, el bien de la patria.
¿Y la izquierda? Bien gracias, arrójeles un hueso lo bastante lejos para que se peleen por él a una distancia considerable, no vaya a ser que con su escándalo estropeen nuestro proyecto.
Prosigamos. Es de vital importancia que la gente esté convencida que usted es un dinosaurio, piratita pero dinosaurio al fin. En este punto, será necesario echar mano de una enorme cantidad de soberbia, otro tanto de ceguera política y un buen tonelaje de insensibilidad. Esto será mucho más fácil si usted tiene la fortuna de contar con un grupo de amigos fieles, bien equipados de soberbia y mediocridad. Debe asegurarse que desconozcan el país que están pisando y que en el fondo, fuera de sus ajuares y haciendas nada les importe.
Pero en este punto usted debe tener una coartada. Para eso se inventaron “las circunstancias”, el garante fiel de los incompetentes. Detrás de cada incompetente siempre estará ahí, providencial, la circunstancia (externa, por supuesto).
Si todo lo anterior lo ha hecho bien y usted ha convencido al electorado de que es una pobre versión desdibujada del animal muerto, la cuestión electoral quedará en un segundo plano. Sin embargo, para no llevarse alguna sorpresita, asegúrese de usar la torpe arrogancia del déspota, en el momento en el que le toque actuar con los suyos. Debe quedar claro que usted manda y que su fin último es el regreso de ese símbolo glorioso de nuestro pasado. Camine por una sola ruta sin quitar el pie del acelerador, adviértales a los que se atraviesen que serán arrollados por el paso firme del último de los valientes.
No olvide que si la realidad va en contra de nuestros deseos, debemos disfrazarla. Quizá un día, al verse rebasada, la realidad se vista con el mismo ropaje de nuestros sueños. En otras palabras: sea valiente, que ya empieza a despertar su engendro y deberá estar orgulloso.
Una vez que el dinosaurio ha despertado, es casi seguro que tenga hambre, descabece un títere de buen tamaño y cocínelo en su propio jugo, el dinosaurio lo devorará gustoso. No se inmute, hágale saber al mastodonte que requiere de su venia para seguir vivo, pida clemencia sólo si es preciso. Y diga que si no le bastó con el títere que se comió, enseguida le servirá otro y preséntele la lista de su gabinete a manera de servicio a la carta.
Un último consejo, no le tema, ni lo rete, sólo recuérdele que si está vivo se lo debe a usted. Eso no cambiará nada, pero le dará el tiempo necesario para salir corriendo.
Publicado en Milenio Hidalgo el pasado 15 de julio de 2009.